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Foto del escritorOscar Vázquez

Historias de un asesor- Día del padre



En este día tan especial es rendir tributo a los padres biológicos y por acción que han desempeñado tan bella profesión natural y que por AMOR dan todo de sí y sacrifican su TIEMPO, por los herederos de su legado como hombres. Las variables tiempo y amor, son lo más preciado que podemos dar a nuestros chiquitos.


Mientras escribo estás palabras, veo a mi chaparro jugar con su motito después de que regresamos un rato de jugar con la pelota y recuerdo aquellos sábados cuando mi padre nos entrenaba en el jardín de la colonia para la posición de guardameta, que era la posición que el jugaba como seleccionado en el banco, y que a mi más me apasionaba. Un caballito de tequila en honor a mi padre e infinita gratitud a mi niño por haberme escogido como su compañero-guía en este viaje en esta canica azul.


Y para culminar este pequeño tributo cierro con un poema que mi papá declamaba en forma increíble en honor a estas fechas:

ROMANCE DEL FEO

Ya se me olvidaba, amigos,

que ayer prometí contaros

los motivos y razones

de por qué soy Legionario.

Mientras leía esta carta,

los estaba recordando.

Yo era el chaval más humilde,

más bueno y más «desgraciao»

que se inscribe en los Padrones

de la Cabecera al rastro.

Y aunque mi madre era guapa,

según los que la trataron,

mi padre fue por lo visto,

de un feo tan exaltado,

que se miró en un espejo

y, al verse, palmó en el acto.

Y esta cara fue la herencia

que mis papás me dejaron:

moreno-verde-aceituna,

pelos tiesos, chiquitajo.

Nadie me llamaba Antonio,

que es así como me llamo,

sino «El Feo». Con el nombre

de «el Feo» me bautizaron.

Las comadres que llevaban

a su retoño en brazos diciendo:

«rey del mundo, tesoro,

mi cielo, mi encanto».

Yo jamás supe lo que era,

ni de limosna, un halago.

De pequeño, me vengaba

de los chavales del barrio:

«pata's» en las espinillas,

mohicones, cascotazos,

¡que a éste le quito la gorra!,

¡que tumbo a aquel otro en el fango!

¡Que polvos de pica-pica

por el «cogote» a «puñaos»!

Y al que pesco en una fuente,

le empujo, y al agua patos.

De «el feo» todos decían

que era de la piel del diablo,

y «el feo» todas las noches

se adormilaba llorando.

Y al fin le salió la barba;

allá va mocito «honrao»

que sabe ganarse a pulso

la vida con su trabajo.

Le siguen llamando «el feo»;

¡qué más da, si al fin y al cabo

los hombres pueden ser hombres

aunque no estén ondulados!

¿De novias?, ¿con mi carita?,

«pa'» que iba a meterme en gastos;

le digo a cualquiera ¡mira!

y al verme le da un colapso.

Pero el sino se presenta

cuando menos lo esperamos;

un chaval que lo bautizan

a escote los de mi patio,

una madre, que en los ojos

lleva escrito el desengaño.

Yo, que me muero de pena,

que me doy tres latigazos,

que se me olvide mi rostro,

que me acerco al «cristianao»,

y en una copla, a la madre,

mi corazón le regalo:

con esa flor de tu rama,

voy a hacer una caridad,

yo tengo cuatro apellidos,

los cuatro le voy a dar,

como si fuera hijo mío.

Y lo cumplí, a los tres meses

yo era ya un hombre casado

con una mujer bonita,

noble, leal y de buen trato,

y con un chaval que en el alma

yo me lo puse a caballo.

Los que me llamaban feo

me lo siguieron llamando,

y con razón, pero ella nunca

puso tal nombre en sus labios

y yo, se lo agradecía.

Y así vivimos tres años

sin ella decirme «el feo»

ni yo recordarle el pasado.

Recuerdo que fue un domingo...

Yo tenía al niño en brazos

cuando una sombra en la puerta

preguntó: «¿Está la Rosario?»

«Está para mí, -le dije-

que pa' usted ya la enterraron».

«Pues vengo a resucitarla

y a llevarme ese macaco,

porque lo feo se pega

y usted lo es un rato largo».

No dijo más, ni un suspiro,

cayó como cae un árbol

cuando lo siegan de golpe

los cien cuchillos de un rayo.

Pero ella, sí que dijo,

viendo en tierra aquel guiñapo,

me lo dijo sin palabras,

me miró de arriba abajo

de una manera tan fina,

diciéndomelo tan claro

que nunca pensé que un mote

pudiera hacer tanto daño.

Los jueces dijeron: «¡libre!»

Yo respondí: «¡condenado!

¿A quién vuelvo yo mis ojos?

¿Dónde encamino mis pasos?»

y la Bandera de España

me contestó: «A mí, muchacho,

que yo voy a ser tu madre,

te daré gloria y amparo

y te enseñaré el secreto

de andar con la frente en alto,

te haré novio de la muerte,

que es la novia de los guapos».

Y aquí estoy con esta carta,

que hoy ha llegado a mis manos,

donde un chiquillo me dice:

«Papá, tengo tu retrato,

me gusta mucho que seas

Caballero Legionario,

porque con ese uniforme:

¡Mecáchis que si estás guapo!»


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